La proyección de una abulense como Teresa de Jesús
Por Javier Burrieza (*)
No exageramos al decir que Teresa de Jesús es una de las mujeres más importantes de la historia de nuestra tierra. La otra, muy probablemente, es la reina Isabel la Católica, ambas dos ‘tan de moda’ en las percepciones de nuestros paisanos, a través de los medios de comunicación del siglo XXI. Sus trayectorias no se encuentran excesivamente separadas en el tiempo. Demostraron un espíritu de reforma que fueron descubriendo en sus vidas. Buena parte de los rincones de Castilla están plagados de referencias a la reina Isabel y a la madre Teresa.
En el caso de la segunda, estamos hablando de doña Teresa de Ahumada -hasta la fundación del convento abulense de San José en 1562- y de Teresa de Jesús, a partir de entonces. Olvidemos otras denominaciones erróneas o contemporáneas como Teresa de Cepeda o Teresa de Ávila. La que fue definida como “santa de la raza” era descendiente de judeoconversos, de aquellos que tuvieron que falsificar, construir y comprar un pasado que no tenían.
Poco la importaba a Teresa de Ahumada -este último era el apellido de su madre, Beatriz de Ahumada, nacida en Olmedo- las cuestiones de la honra de cristianos viejos. Mucho más importante era para ella la honradez de sus padres y la consideración de personas de virtud y de buenas lecturas. Como ella misma transmite -pues fue una gran comunicadora- se vio fascinada en su niñez por la idea de hacerse mártir, pero en tierra de moros, que éstos todavía formaban parte de las percepciones de los castellanos de entonces. Por eso, narró la bella anécdota de la fuga infantil con su hermano Rodrigo. Sin embargo, ella aprendió a situarse como mujer en la sociedad del siglo XVI.
Un espíritu crítico
Cuando existía únicamente la doble posibilidad de ser esposa en un matrimonio o monja en un claustro, ella eligió esta segunda opción creyendo que, con ello, ganaba en la libertad que no había visto en su madre o en su hermana. Sin embargo, aquel matrimonio de conveniencia con Dios -como lo eran casi todos- se convirtió en un matrimonio de amor.
Encontró el camino del cambio tras vivir muchos años en un convento de una gran comunidad, como era la Encarnación, donde se respiraba un cierto clima de relajación. Ella quería constituir una comunidad de mujeres orantes, pues con esa intención abrió San José de Ávila, que después aprendió a difundir a otras muchas fundaciones, la mayoría bien caminadas de unos lugares a otros.
Desde el establecimiento del convento de Medina del Campo, la villa de las ferias, en agosto de 1567 hasta su muerte el 4 de octubre de 1582, ya Teresa de Jesús no se detuvo en el andar y en el escribir, en el disponer y organizar, en el rezar pero también en el sufrir una dura oposición.
Fue crítica con muchas cosas, en la sociedad que le había tocado vivir: con la dependencia de los grandes señores que todo lo podían, con la situación de la mujer en la Iglesia, con la capacidad de éstas para ser almas de oración no sometidas, únicamente, a los hombres. Sus palabras no pasaron desapercibidas, ni para la Inquisición, ni para Felipe II. La primera porque secuestró el libro de su Vida, el segundo porque deseó reunir en su biblioteca del monasterio de San Lorenzo de El Escorial todos sus manuscritos.
Teresa de Jesús, sus primeras compañeras -muchas de ellas mujeres de gran arrojo, valentía y capacidad de comunicación como la Madre, “mujeres de letras”-pisaron buena parte de los caminos de Castilla, fundando en las principales y mejor comunicadas villas y ciudades. En esta meseta norte se concentraron sus más importantes casas y en tierras como las de Salamanca y Valladolid con especial intensidad. Medina del Campo y la entonces villa del Pisuerga -pues el título de ciudad no llegó hasta 1596- fueron sus primeras fundaciones -con la excepción de Malagón-, por encontrar en ellas notables protectores pero, sobre todo, una importante proyección en sus actividades ciudadanas.
Les puedo asegurar que, en pocos sitios, podemos respirar con tanta intensidad y escuchar con no menos claridad los pasos de esta monja reformadora del siglo XVI como en el convento de las madres Carmelitas, del Valladolid que formó parte de sus preferencias. Por algo, el agustino fray Luis de León, que no la pudo conocer en persona, indicaba que Teresa de Jesús se encontraba presente y viva en sus monjas y en sus escritos. Y ambos los podemos hallar con creces entre nosotros en nuestros días (*) El historiador Javier Burrieza es autor de la guía del convento de las Carmelitas de Valladolid, bajo el título ‘Tesoros del silencio’, editada por el Ayuntamiento de Valladolid.
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