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El refugio de la burguesía palentina

Enrique Hernández. Escritor

En mis asiduas visitas a la capital palentina, gusto de perderme paseando por su calle Mayor, emblemática arteria comercial que marca el devenir diario de la ciudad y en la cual podemos deleitarnos, a cada paso, de un gran número de edificios civiles que conservan la esencia y la arquitectura modernista de la burguesía de los siglos XIX y XX.

Allí, entre tanto arte y monumentalidad, es fácil olvidarse del avance de las manecillas del reloj y dedicar nuestro tiempo a contemplar, embelesados, la majestuosa fachada del Colegio de Villandrando, las espectaculares vidrieras del Estudio de Jerónimo Arroyo o las exquisitas balconadas del Consejo de Cuentas de Castilla y León.

Sin embargo, mi inquieto corazón bohemio tiene sus debilidades y, para que negarlo, de una u otra forma, siempre me acaba llevando al mismo destino: el Casino de Palencia, núcleo de la vida social y cultural de la burguesía palentina.

Situado en un edificio que hunde sus orígenes en el siglo XVI, nos encontramos en uno de los lugares con más historia de la capital de Tierra de Campos. Allí se celebraban las sesiones del antiguo ayuntamiento y en su planta baja se encontraban el Mesón de la Fruta, que funcionaba como una aduana de la época, y el «Peso Real», donde se comprobaba el peso de todas las mercancías que entraban en la ciudad y se obtenía el permiso para poder ser vendidas.

Puesto a la venta para poder financiar la construcción de un nuevo ayuntamiento, es adquirido en 1862 por la recién constituida Sociedad del Casino de Palencia, mostrándose sus socios eufóricos por poder trasladarse desde la antigua sede de la calle San Juan de Dios a la prestigiosa zona conocida como de los «Cuatro Cantones».

Concebido desde su origen como un «círculo de recreo selecto y cultural» de carácter privado, no tardó en marcar distancias con otros centros gremiales de parecida índole, más abiertos y plurales, en los que primaba la diversión.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que fuese bendecido por la burguesía y las clases altas, que lo convierten en su lugar de confianza donde poder reunirse y relacionarse con sus iguales, así como entretenerse con los juegos de cartas, los espectáculos musicales y culturales, las jugosas tertulias o la paz que otorgan los libros en su bien nutrida biblioteca. Y, aunque siempre se jactó de ser apolítico, en sus tertulias y reuniones siempre se habló, y mucho, de este tema, siendo considerado el Casino como una fuente inagotable de políticos palentinos de todas las ideologías.

En su dilatada historia también ha habido momentos difíciles y de incertidumbre, como el sucedido en 1914, en el que la fundación del Círculo Mercantil e Industrial provocó que muchos de sus socios, en su mayoría comerciantes e industriales, se diesen de baja, buscando más libertad y apartarse de la rigidez clasista.

Esta situación trajo consigo una importante reducción en los ingresos necesarios para subsistir y, tras varios años de altibajos económicos, se estudió la posibilidad de disolver la sociedad, hasta que en 1961 se dio con la solución que salvó al Casino de su desaparición: organizar un bingo, lo que supuso una inyección económica que permitió su subsistencia hasta la venida de otros tiempos más favorables. ¡Quién iba a decir a sus fundadores que algo tan simple y llano como son las bolitas numeradas y los cartones, tan alejados de su carácter clasista, acabarían salvándolos!

Otro episodio, que quedó grabado a fuego en su historia, por su dureza y dramatismo, fue el acontecido durante la guerra civil, en el que el Casino tuvo que convertirse en el denominado Hogar del Herido. Una etapa en la que hubo que poner en paréntesis todo aquello para lo que fue fundado, en el afán de devolver la salud y la esperanza a los que volvían del frente tras haber vivido un auténtico horror.

En la actualidad, el Casino cuenta con unos 900 asociados y está abierto a cualquier persona mayor de edad que quiera inscribirse, con la única condición de ser avalado por dos miembros numerarios. Dentro de su amplia oferta cultural, destacan las presentaciones de libros, conferencias, excursiones, catas, conciertos, exposiciones, bailes, etc., así como la organización de diferentes campeonatos relacionados con los juegos, tales como dominó, cartas o parchís. Como novedad este año, destacar la organización de un concurso de tapas que tuvo una gran acogida.

El acceso a las instalaciones está reservado solo para los socios, pero existe la posibilidad de visitarlo acompañado por un socio o a través de las visitas guiadas que se organizan a diario en colaboración con el Ayuntamiento y la Diputación de Palencia, visita que recomiendo encarecidamente.

Un poder magnético

Son muchas las ocasiones en las que me he parado, como ya adelantaba al principio de este artículo, frente a una fachada fruto de la transformación que realizó Jacobo Romero en todo el edificio en 1920 y que ejerce un curioso poder magnético que nos invita a querer saber más, a entrar y descubrir sus secretos atemporales.

De seguro llamará nuestra atención el soportal que protege su entrada, por ser el único que se conserva en la mano izquierda de la calle Mayor y que le da, si cabe, mayor prestancia y señorío. Dicho soportal acoge una terraza privada perteneciente al servicio de restauración del propio Casino, lugar privilegiado para observar sin prisa el diario devenir de los transeúntes.

Antes de entrar, es aconsejable girar nuestra cabeza a la derecha para disfrutar del maravilloso mural modernista que realizó Rafael Oliva, pintor palentino, en 1998. Una vez traspasemos el umbral de su puerta, nos encontraremos con una escalinata en la que destaca una alfombra roja, que nos da la bienvenida y en la que quedan amortiguados nuestros pasos, finalizando esta en unas puertas de doble hoja adornadas con el omnipresente símbolo de la institución.

Con mucha emoción, respeto y algo de nervios, accedemos a un pequeño vestíbulo en el que un amable conserje nos saluda y procede a acompañarnos al interior. Allí el tiempo, reflejado en un precioso reloj colgado del techo, decidió pararse en la década final del siglo XIX, lo que nos hace sentirnos como si fuéramos uno de los protagonistas de la exitosa serie británica Downton Abbey, rodeado de lujosas vidrieras, exóticos mármoles, exquisitas maderas y yeserías, majestuosos ventanales y ostentosos muebles.

Una vez superado el impacto inicial, y recuperada nuestra compostura, avanzamos pausadamente a través del Salón de Té, deleitándonos en cada detalle que hace de esta estancia una de las preferidas de los socios del Casino. Todo en ella destila comodidad, exquisitez y elegancia: desde los ventanales adornados con vidrieras que sirven para contemplar casi anónimamente el exterior, hasta los cómodos butacones en los que leer la prensa o disfrutar de un cafetito; sin olvidarnos, por supuesto, de la selecta decoración de sus paredes, escayolas y demás mobiliario auxiliar. Todo ello presidido por una bien surtida y elegante barra de bar esperando complacernos.

Abandonamos, no sin cierto pesar, estos salones que tanto nos han impactado para acceder a la primera planta a través de una escalera imperial, elaborada en mármol blanco y delimitada por una exquisita rejería. Llegados al primer descansillo, observamos durante unos segundos las espectaculares vidrieras que lo presiden junto con la bandera nacional, la regional, la provincial, y la del propio casino, dándole un toque de formalidad y nobleza.

El siguiente tramo de escaleras nos llevará finalmente hasta una galería en la que figuran los cuadros de todos los presidentes de la institución desde que fuera fundada. Avanzando a través de su suelo de madera, podremos sentirnos como un bohemio del siglo XIX accediendo a su espectacular Salón de los Espejos, lugar de encuentro en el que se lleva a cabo la mayor parte de la actividad cultural, y donde no nos cuesta nada imaginarnos vestidos de época escuchando un concierto o bailando un vals maravillosamente acompañado.

Pero si lo que buscamos es un remanso de paz y cultura, se nos hace imprescindible ceder a la tentación de acomodarnos frente a la chimenea en uno de los cómodos butacones de su decimonónica biblioteca, con la compañía de alguno de los cientos de libros que pueblan sus librerías, impregnadas del sabor añejo de la madera labrada y el vetusto papel.

Largas mesas acogen a los fieles lectores de la prensa diaria, ávidos de noticias y temas que tratar en la que más que previsible tertulia con otros socios. Antes de abandonar este oasis de quietud, una llamativa mesa de ajedrez parece rogarnos que iniciemos un combate sobre sus escaques, pero el sugerente sonido de cubiletes y dados en una sala cercana, atraen nuestra atención y, con pesar, declinamos tan atractiva invitación.

La alegría, el desenfado y las sanas rivalidades se erigen en protagonistas de la llamativa estancia, con su decoración de época, a la que accedemos. Con una sonrisa observamos el ímpetu con el que un grupo de socias deslizan sus fichas por un tablero de parchís, y recordamos las palabras de Juanjo, nuestro cicerón, cuando nos comentó que son los torneos de este juego los que más pasiones levantan en el Casino.

No les van a la zaga los protagonistas de una concurrida partida de dominó que se desarrolla en otro de estos coquetos Salones de Juego, en una estampa costumbrista que parece pausada en el tiempo. Rituales heredados generación tras generación que ojalá nunca se pierdan para nuestro gozo y disfrute.

Y cuando, camino de sus excelsos comedores, pensemos que ya nada puede sorprendernos, nuestros pasos nos llevarán hasta una pequeña habitación donde se encuentra la antigua barbería, en la que destaca sobremanera el sillón original junto con el lavabo, espejo y utensilios varios, vestigio de otra época diferente, ni mejor ni peor que la actual. Aquí, los socios que lo desearan, podían solicitar un afeitado o un corte de pelo, en uno de los servicios más demandados y que, aun estando actualmente inactivo, no se descarta volver a poner en marcha.

Impactados aún por el viaje en el tiempo que acabamos de finalizar, echamos una última vez la vista atrás antes de salir y volver a la realidad, intentando grabar en nuestros corazones ese ambiente reinante en sus salones centenarios en los que, como dice su presidente, don Evaristo Urraca, solo con entrar «el amor surge a primera vista».

Reportaje gráfico: Enrique Hernández

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