Alfredo Fernández
En pleno siglo XV, en una España en la que no se veía un futuro del todo esperanzador, un rayo de luz emergió de la nada en una Semana Santa que se presumía cualquiera por los cronistas de la época. EL 22 de abril de 1451, nacía Isabel I de Castilla (más tarde conocida como Isabel la Católica), a las 4:30 de la tarde, en la localidad vallisoletana de Madrigal de las Altas Torres, un día de Jueves Santo, en una residencia anexa al convento.
Hija de Juan II de Castilla y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, llegó a la familia real como la segunda de lo que luego serían 3 hijos (dos varones y ella). Su nacimiento llegó de forma inesperada en la residencia circunstancial de su madre (conocida en la actualidad como el monasterio de Nuestra Señora de Gracia) y fue comunicado por su padre Juan II al Concejo de Segovia en un manuscrito que se conserva a día de hoy restaurado en el Archivo Municipal de Segovia.
Tras su nacimiento, Isabel fue bautizada en la iglesia de San Nicolás, ubicada en el mismo municipio, y allí fue donde recibió su nombre, igual que el de su madre, que por entonces era uno poco común en tierras castellanas.
Infancia
Durante su infancia, Isabel gozó de una educación y de unos valores cristianos inculcados por su madre, ya que a la pronta edad de tres años, perdió a su padre Juan II. Gozaba del título de infanta porque en ese momento, la corona de Juan II recaía directamente sobre su hijo Enrique, mucho mayor que ella e hijo de Juan que databa de su primer matrimonio con María de Aragón.
Isabel cada vez tenía más difícil su llegada al trono, ya que dos años después de su nacimiento, su madre dio a luz a su segundo hermano, el infante Alfonso.
El nacimiento del segundo hermano de Isabel fue un acto muy laureado en tierras castellanas y aragonesas debido a que la sucesión al trono estaba garantizada, teniendo en cuenta que, aunque el primero en heredar la corona sería Enrique, se comentaba que sus opciones de conseguir descendencia eran muy remotas.
Tras la muerte de su padre, Isabel quedó recluida a vivir su infancia en compañía de su madre y su hermano menor en Arévalo a la llegada de su hermano Enrique a la corona. Su educación fue asegurada por su padre y delegada en hombres de saber como Lope de Barrientos a quienes cedían una parte de la educación y crianza de los infantes.
Estas acciones mostraban cómo Juan veía que su mujer comenzaba a mostrar signos de demencia, datándose que a la muerte de Juan, la madre de Isabel comenzó un descenso interminable hacia la locura.
Después de una infancia difícil en la que muchas figuras importantes (como Gonzalo Chacón) se instauraron en la vida de la futura reina, Isabel fue trasladada entre 1461 y 1462 a la Corte ubicada en el Alcázar de Segovia, ya que existían rumores de la posible paternidad de su hermano Enrique.
Su hermano, ya en su segundo matrimonio (con Juana de Portugal) y tras más de veinte años sin descendencia, anunció en 1462 el nacimiento de una hija nombrada como Juana, a la que la historia conocería como Juana La Beltraneja.
Entre 1464 y 1468 la nobleza se volvió en contra del rey Enrique y, tras varias concesiones, intentos fraudulentos de subir al infante Alfonso al trono y varios decretos del papa, en 1468 Alfonso muere (supuestamente envenenado) e Isabel logra consagrarse como princesa de Asturias, asegurando así ser la heredera directa del trono por encima de la hija de Enrique.
Reinado
Una vez asegurada su estancia futura en el trono, entró en escena el drama matrimonial. Desde su niñez, Isabel había estado relacionada en torno a la figura de Fernando, hijo de Juan II de Aragón, pero durante sus años de adolescencia, su hermano Enrique trató de proponerla como cónyuge de varios hombres en favor de acuerdos militares o de la corona.
A principios de 1470, Juan II de Aragón trató de acordar de forma secreta un acuerdo matrimonial entre su hijo e Isabel. Al ser primos segundos, necesitaban una bula papal, asunto que se arregló en 1471 con el envío del cardenal Rodrigo de Borja (emisario del papa Sixto IV) procediendo después con el enlace.
A la muerte de su hermano en 1474, Isabel se vio envuelta en la guerra de sucesión entre sus allegados y militantes y el bando de su sobrina Juana. Esta guerra duró 4 años, pero terminó con el reconocimiento de Isabel y Fernando como reyes de Castilla a cambio de una serie de concesiones a Portugal.
Isabel a partir de entonces se convirtió en una figura de culto dentro del panorama castellano, además de un gran baluarte para su marido dentro de las campañas militares. Ella fue una de las figuras más importantes dentro de la reconquista de Granada, sobre todo en la rendición de Baza.
Este enfrentamiento tenía desmoralizados a los cristianos por la longevidad del asedio y se veía como los habitantes de la ciudad no tenían intención de rendirse. Entonces, Fernando pidió a Isabel que se presentara en el campo de batalla para poder dar moral a los hombres, acto que ella realizó y que fue alentador para sus tropas, que volvieron mejores que nunca. Esta acción inició la rendición de los habitantes de la ciudad ante la reina guerrera.
Isabel fue la precursora de la creación de la Santa Inquisición, así como de proyectos como la anexión de Granada, la creación de la Santa Hermandad y la obligación de conversión a judíos y musulmanes que sino, serían expulsados o ejecutados.
Otro gran acto de Isabel fue creer en Cristóbal Colón, al que ya habían rechazado en Portugal, y financiar sus expediciones en busca de la Indias Orientales. Gracias a ello, la corona de Castilla se llevó el mérito del descubrimiento de América en 1492.
Tras este descubrimiento, la corona de Castilla inició el proceso de evangelización del nuevo mundo donde los reyes vieron peligrosas algunas acciones o influencias en el nuevo mundo, por lo que limitaron y prácticamente prohibieron la esclavitud de los nuevos súbditos de la corona, así como la repartición de «indios» entre los conquistadores llegados al nuevo mundo.
Isabel y Fernando, viendo cómo el nuevo mundo era un lugar aún más caótico y apetecible para aprovechados y oportunistas, firmaron con Portugal el «Tratado de Tordesillas», con el que mejoraban las rutas comerciales hacia América, así como la creación de la Santa Hermandad, que ejercía como policía y mejoraba las condiciones de comercio y economía en las lejanas tierras.
Tras muchos años en el trono y gracias a la implicación en Italia de la Corona de Aragón, tanto Fernando como Isabel reciben el título de Reyes Católicos, otorgado por el papa Alejandro VI.
Después de este honor, todo fue cuesta abajo. La depresión se adueñó de ella, ya que su primogénita falleció, así como su nieto, que estaba destinado a heredar y unificar los reinos de Europa. Su hija María se mudó a Portugal con su nuevo marido y su hija Catalina se encontraba en una incertidumbre tras la muerte de su marido inglés.
Finalmente, el 26 de noviembre de 1504, tras redactar y entregar su testamento, falleció debido a una hidropesía en Medina del Campo.
Isabel fue una de las gobernantes más justas y dedicadas que ha tenido el territorio español en toda su historia. Su devoción cristiana y su amor por el pueblo la volvieron un ser de leyenda que a día de hoy nos sigue recordando el significado de lo que es justo y el porque de luchar con los tuyos por algo mejor. Fue una precursora de los derechos humanos en una época plagada de esclavitud y racismos, así como una luchadora nata por el bien de su pueblo.
