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Gabino Gilmartín y la explosión en su fábrica de dinamita de Juarrillos (Segovia)

Eduardo Gay Guerrero

Gabino Gilmartín Cerezo nace en el pueblo segoviano de Fuentepelayo en el año 1846. Es el hijo número doce de un total de trece que tuvieron  sus padres. Huérfano desde los 8 años de edad, fue criado en su infancia por una hermana mayor.

Después de pasar varios años de prácticas en diferentes farmacias del país, abre en agosto de 1871 el primer establecimiento de droguería en la ciudad de Segovia, situado en el número 2 de la calle Cintería, hoy calle de Isabel la Católica, para ofrecer a sus clientes productos totalmente novedosos y muy útiles en el quehacer diario: pinturas, tintes, barnices, colonias, pomadas, etc.

Pronto su nuevo negocio comienza a dar muy buenos resultados y así, en abril de 1874, adquiere una vivienda de tres plantas en la calle Escuderos número 16 a escasos metros de su droguería y de la Plaza Mayor, en la que reside junto a su mujer, María Hernanz Pérez y sus tres hijos pequeños: Juan Manuel, Luis y María de los Ángeles.

Gabino Gilmartín.

Después de obtener diversos premios y reconocimientos por la investigación y desarrollo en sus productos, siente la necesidad de emprender nuevos proyectos y en septiembre del año 1884 solicita al ayuntamiento de Hontoria, inmediato a la capital, la construcción de una fábrica de dinamita que recibirá el nombre de La Carpetana.

En estas nuevas instalaciones, situadas cerca de la ermita de Juarrillos, lleva a cabo diferentes experimentos de tipo químico que le sirven como motivación para continuar investigando en el campo de las materias explosivas.

El miércoles 2 de Diciembre de 1885 y poco antes de las doce de la mañana, ocurre una desgraciada tragedia en la fábrica, que acaba de forma fulminante con la vida de Gabino Gilmartín cuando tan solo contaba con 39 años de edad.

Aquella fría e invernal mañana, sale a caballo alrededor de las nueve desde su casa. Tiene que servir un pedido que le han hecho de seis arrobas de dinamita. Encuentra endurecida la mezcla que está depositada en un recipiente de vidrio, así que rompe éste y vierte su contenido en un caldero para preparar la dinamita en mejores condiciones.

Cuando ya cree tener terminada la operación, y sobre las once y media, manda a Fermín Gómez, su cuñado, que le traiga otra vasija de vidrio donde colocar la sustancia ya dispuesta para enviarla a su destino.

Mientras Fermín vuelve del encargo que le han hecho y según se acerca a la fábrica, oye una espantosa detonación que le hace caer de espaldas al suelo.

Se dirige a la fábrica y allí se convence de la fatal desgracia. Gabino ha quedado completamente destrozado y el lugar del suceso está sembrado de pequeños fragmentos de su cuerpo.

Sobre la una de ese mismo día, se persona en el lugar del suceso el Juzgado de Instrucción de Segovia y se toma declaración a los testigos que habían presenciado la muerte de Gabino Gilmartín.

Uno de ellos es Domingo Pesquera, que se encontraba trabajando en una construcción junto a la fábrica de dinamita. Afirma que oyó una fortísima explosión y que después de esto encontró restos humanos en pequeños pedazos en el entorno del lugar.

El médico titular de Hontoria, Mateo García Matabuena, afirma reconocer todo el perímetro que ocupa la fábrica pero que no resulta posible la identificación del cadáver ya que el resto mayor encontrado es el hueso esternón unido a la mitad de una costilla, trozos pequeños del cuero cabelludo y piel de la cara, cubiertos de pelo negro.

Aunque no llegó a demostrarse, se piensa que la causa de la explosión fue probablemente el descuido con alguno de los frascos de nitroglicerina al mezclar esta sustancia para obtener la dinamita.

Otra versión de los hechos es que andaba experimentando con una nueva sustancia, que él llamaba cloroformina, setenta veces superior a la dinamita en fuerza explosiva. Podría ser que justo cuando había logrado hallar la fórmula definitiva de dicha sustancia algún descuido le costó la vida, llevándose consigo el secreto de su nuevo descubrimiento.

A pesar de los ruegos de su familia, que presentía el peligro al que se exponía, y de los beneficios obtenidos por su magnífico establecimiento de droguería, no estaba satisfecho con la exclusiva fabricación de la dinamita y seguía ensayando e investigando. Sus propios amigos tuvieron ocasión de oír de sus propios labios la invención de la cloroformina unas semanas antes de su muerte.

Una vez que termina el proceso judicial, la familia solicita que sus restos sean trasladados al cementerio de la capital lo que tiene lugar el día 3 de diciembre.

El 7 de diciembre declara Eustasia Gilmartín Cerezo, casada con Fermín Gómez y hermana del fallecido que lo había criado desde pequeño en el pueblo de su naturaleza. Como producto de la detonación había recibido un fuerte golpe en la cabeza que resultó ser un “estremecimiento del cerebro”, según certificación facultativa.

El 28 de diciembre de 1885, se extraen las materias explosivas que aún quedaban en la fábrica de dinamita y en el mes de enero de 1886, comparece la viuda del fallecido que estima el total de las pérdidas económicas sufridas en 5.000 pesetas de la época, renunciando a toda indemnización.

Después de este trágico incidente, nadie quiso proseguir allí con la fabricación de dinamita y el edificio fue derribado.

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