Instituciones como la RAE defienden que ambos nombres se pueden emplear de forma indistinta, pero un vistazo al mapa nos revela que no nos encontramos ante una cuestión resuelta, ni mucho menos
Marina Blázquez
¿Todavía recuerdas cuando te enseñaron que las primeras huellas del castellano aparecieron allá por La Rioja, en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en el siglo XI? Efectivamente, las famosas glosas emilianenses. Pues bien, esta convicción generalizada está siendo puesta en entredicho por numerosos expertos, que defienden que los primeros trazos del castellano se escribieron más de un siglo antes en la Colegiata de Valpuesta, situada al norte de Burgos.
En una de nuestras publicaciones tratamos este tema y dicha información generó reacciones enfrentadas entre los lectores, ilustrando las discrepancias que genera la confusa historia del castellano.
Esta controversia respecto al origen del castellano escrito tiene, sin embargo, implicaciones más profundas y nos lleva a reflexionar sobre el eterno debate entre los términos “castellano” y “español”. Como muchos habréis podido observar, existen desacuerdos sobre cómo denominar el idioma que se habla en gran parte de España, Hispanoamérica y Guinea Ecuatorial, uno de los más utilizados del mundo, junto al inglés y al chino mandarín.
En teoría, según instituciones lingüísticas de renombre en España (la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española a través del Diccionario Panhispánico de Dudas), ambos términos se consideran sinónimos, aunque se prefiere hablar del “español” para evitar ambigüedades. Fácil, ¿no?
Si ahondamos en el tema nos damos cuenta de que es un asunto más enrevesado de lo que parece sobre el papel. Por ejemplo, la Constitución española de 1978 establece el “castellano” como lengua oficial de España, diferenciándola del resto de lenguas españolas (gallego, catalán/valenciano y euskera) que coexisten en algunos territorios del país.
En la práctica entran en juego otras variables, especialmente de corte político o ideológico, que dificultan el consenso. A veces el término “español” se rechaza debido a connotaciones políticas arraigadas o a asociaciones mentales relacionadas con un pasado que genera rechazo. Por estos motivos, en algunas regiones de España y en zonas de Hispanoamérica, se prefiere usar la palabra “castellano”.
Por el contrario, fuera de España, el resto de países no hispanohablantes reconoce este idioma con el nombre de “español” (Spanish en inglés, espagnol en francés, espagnolo en italiano o Spanisch en alemán), limitando el uso del término “castellano” al dialecto que se habla en la zona central de España, considerada como la cuna del castellano.
Entonces, ¿qué término debemos usar? Una posible solución sería referirse al “español” cuando se habla de la lengua en el extranjero y al “castellano” cuando se compara con las lenguas cooficiales que conviven en ciertas comunidades autónomas. Sin embargo, tampoco es la panacea porque puede agravar otro conflicto, la rivalidad entre castellanos y leoneses. Este enfrentamiento es igual o más complejo que el que nos acomete y sus bases históricas merecerían un análisis aparte, que dejaremos para otra ocasión.
Por lo tanto, solo nos queda considerar que existe un empate técnico entre ambas denominaciones. Lo ideal sería limitarse al significado lingüístico y dejar atrás las connotaciones políticas, lo que permitiría usar ambos términos como sinónimos. Una vez más, todos sabemos que, sobre el terreno, sigue siendo un tema controvertido a la par que complejo y que no todo el mundo estaría dispuesto a aceptar esta propuesta.
Habrá que seguir de cerca la evolución de este tema para ver si se da con la solución definitiva que ponga fin a este eterno conflicto lingüístico, que por ahora dista de resolverse.
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Imagen principal: Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla (La Rioja), en una imagen tomada por Rafael Rivero.