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Cicatrices de la ‘francesada’ en Castilla y León

Siete rutas analizan la huella dejada por la Guerra de la Independencia en España y Portugal. Cuatro de ellas impactan de lleno en Castilla y León, una tierra de inviernos terribles que sirvió de escenario a un nuevo tipo de guerra. Quizá un apunte histórico nos dé alguna idea para planificar futuras escapadas

Ricardo Ortega

El segundo centenario de la muerte de Napoleón bien puede servir de excusa para detectar y destacar las huellas de la llamada Guerra de la Independencia en la península. Mucho, muchísimo más que una guerra de liberación, este conflicto convirtió a España y Portugal en teatro de operaciones de un enfrentamiento europeo precursor -siquiera de forma remota- de las guerras mundiales.

Desde el punto de vista estrictamente español, abrió las puertas a la infinidad de motines, pronunciamientos y guerras que jalonaron la historia nacional durante todo el siglo XIX, cimentando las contradicciones que explotarían en el XX.

La importancia de este conflicto para la península y para el Viejo Continente ha dado lugar a Napoctep, un proyecto europeo que persigue crear un producto turístico y cultural basado en el rico patrimonio de la época napoleónica a ambos lados de la Raya.

La iniciativa cuenta con la colaboración de varias entidades españolas y portuguesas; entre ellas la Fundación Santa María la Real, que ha realizado un amplio análisis histórico del periodo napoleónico y ha propuesto siete rutas temáticas en torno a ese conflicto. El equipo de la fundación ha profundizado en sus antecedentes, los intereses estratégicos de los franceses, los movimientos de tropas y sus consecuencias, especialmente en el ámbito político.

El coordinador del proyecto en la entidad, Maximiliano Barrios, fue quien presentó una propuesta para crear esos siete itinerarios culturales. “La Guerra Peninsular supuso un conflicto que traspasó fronteras y dejó en el territorio vestigios importantes que han llegado hasta nuestros días. El paso de las tropas napoleónicas y las marchas de los ejércitos aliados se pueden rastrear gracias a la ingente documentación que ha llegado hasta nosotros, permitiendo diseñar con precisión los itinerarios seguidos por las tropas, la actividad de los principales personajes y las huellas que esta dejó en ciudades y pueblos”, explica Barrios.

El Empecinado

Tres de las rutas recorren tierras portuguesas, tres se desarrollan en España y una es transfronteriza. Las rutas que discurren por España se centran en diferentes fenómenos, como el de las guerrillas, con especial incidencia en figuras como Julián Sánchez ‘El Charro’ y Juan Martín ‘El Empecinado’, “que acabaron convirtiéndose en auténticos héroes nacionales por su lucha contra los franceses”. También en los asedios y grandes batallas, y en la presencia de Napoleón en tierras de Castilla y León.

El séptimo itinerario propuesto es mixto, puesto que recorre los territorios a ambos lados de ‘A Raia’ y centra su protagonismo en los lugares que recorrió Arthur Wellesley, quien posteriormente fue nombrado Duque de Wellington, vencedor de Napoleón en Waterloo.

Esta ruta se inicia en la Quinta dos Freixos, en Portugal, y cuatro etapas después termina en la ciudad de Valladolid.

“El mayor error” de Napoleón

“El mayor error que he cometido es la expedición a España”, reconoció Napoleón en 1819, después de la derrota de su ejército en la Guerra de la Independencia y la pérdida de 200.000 soldados.

En cuanto las cosas empezaron a no salir como esperaba decidió acudir en persona al frente de un gran ejército. Cruzó la frontera por Irún en dirección a Madrid, aunque antes debería librar dos batallas para tomar la plaza estratégica de Burgos.

El mariscal Soult derrotó al Conde de Belvedere en el pueblo (hoy barrio) burgalés de Gamonal y, por otro, el mariscal Victor se enfrentó al inglés Blake en Espinosa de los Monteros.

Tras su estancia en Burgos, el 22 de noviembre Napoleón continúa el camino hacia el sur. La batalla de Somosierra dio la llave al ejército francés para entrar en Madrid y tomar la ciudad.

Estando en Madrid, tiene noticia de que el general Moore le reta desde la actual Castilla y León. Se inicia así la llamada ‘carrera de Benavente’, que Napoleón arranca en Tordesillas, continúa por Villalpando, Castrogonzalo, Valderas, Benavente, La Bañeza y termina en Astorga.

La ruta de los ejércitos por estas frías tierras, en pleno invierno, fue extremadamente dura y ocasionó numerosos destrozos patrimoniales, saqueos y robos. Pero no solo por parte de los franceses, sino también de los británicos, que destacaron por sus monumentales borracheras.

El viaje de Napoleón por tierras castellanas y leonesas tiene varios hitos que merecen recordarse. En Tordesillas, por ejemplo, el emperador estuvo alojado en el Monasterio de Santa Clara. Empatizó con la abadesa y protegió el convento de cualquier saqueo, además de perdonar la vida a tres curas a petición de esta.

En Astorga recibió una alarmante carta informando de que Austria estaba formando un ejército, de modo que dejó al mariscal Soult la caza de los británicos y regresó a Valladolid. Alojado en el Palacio Real -frente a la iglesia de San Pablo- permaneció Napoleón entre el 6 y el 17 de enero de 1809, después de lo cual regresó a Francia.

Mientras tanto, ya sin Napoleón, la persecución a los británicos continuó por la provincia de León, especialmente por el Bierzo, donde se produjeron escenas terribles de saqueo. Al finalizar esta carrera, los ingleses habían desvalijado localidades como Valderas, Bembibre y Villafranca del Bierzo.

Las guerrillas

La fórmula más eficaz para oponerse al invasor fue la movilización popular a base de partidas, la llamada guerrilla, que inmortalizó a personajes como héroes nacionales, azote de los franceses y en muchos casos introductores de las ideas liberales en la nación. De entre esa multitud de personajes cabe destacar a Juan Sánchez ‘el Charro’ y a Juan Martín Díez, ‘el Empecinado’.

La ruta del Empecinado propuesta por la Fundación Santa María la Real da comienzo en Cabezón de Pisuerga. Aquí se enfrentó en julio de 1808 el autodenominado Ejército de Castilla con una fuerza francesa, que le duplicaba en número y en experiencia. El Empecinado atendió la llamada del general Gregorio de la Cuesta y se unió a su ejército. La intención era cortar a los franceses las comunicaciones entre Madrid e Irún. El resultado fue un desastre y el puente se convirtió en una trampa para el ejército español.

El punto siguiente fue Medina de Rioseco. La planicie que se extiende entre esa localidad y el pueblo de Palacios fue el espacio en el que se desarrolló la batalla que buscaba reconquistar Valladolid. Un nuevo desastre de ejecución por parte del ejército español y una pesadilla para los vecinos de Rioseco, que sufrieron la crueldad de los militares franceses. Debemos reseñar que, como en todas las guerras, la peor parte se la llevaron las mujeres.

El resultado convenció a Juan Martín de que no era posible combatir a los franceses con sus mismas reglas. Reunió a sus hombres y volvieron a la guerrilla. Pero la vida da muchas vueltas y, tras la guerra, este liberal convencido se enfrentó a Fernando VII por la ruptura de sus compromisos y el retorno a posiciones absolutistas. Fue detenido en Olmos de Peñafiel y ajusticiado en Roa.

En la ruta debemos incluir Castrillo de Duero, donde nació y donde se encuentra el Centro de Interpretación del Empecinado. Unos paneles explican la vida de Juan Martín, junto a réplicas de armas y uniformes. En la plaza Mayor luce una fantástica estatua del guerrillero y todavía se mantiene en pie la casa donde vino al mundo.

Juan Sánchez ‘El Charro’

Nació en Muñoz, provincia de Salamanca, en junio de 1774. En 1808 se presentó en Ciudad Rodrigo, donde ingresó voluntario en una unidad de caballería, poniéndose al frente de una pequeña partida de jinetes armados de lanzas para hostilizar a las fuerzas enemigas desplegadas al sur de la actual provincia de Salamanca.

A partir de febrero de 1809, su hoja de servicios recoge una relación pormenorizada de las acciones en que intervino, así como el aumento progresivo del número de hombres a sus órdenes. Con muy pocos jinetes ganó incontables batallas entre España y Portugal.

Muy activo en las provincias de Salamanca y Zamora, a medida que la partida se hacía más numerosa crecía también su implicación en el ejército regular. Acabó formando parte del ejército de Wellington en su persecución de los franceses hasta Vitoria y, más adelante, hacia Aragón.

Como en el caso del Empecinado, puso su experiencia militar al servicio de la causa democrática, lo que le valió la condena de Fernando VII.

Wellington, con amigos así…

Segundón de la nobleza irlandesa, Arthur Wellesley, posteriormente Duque de Wellington, derrotó a los franceses en Portugal. Fue llamado a Inglaterra, pero regresó a la península cuando Napoléon en persona se había hecho cargo de la invasión.

Expulsó definitivamente a Francia de Portugal en 1811, luchando en las batallas de Fuentes de Oñoro y La Albuera. Rompió el cerco a la fortaleza de Badajoz, ciudad en la que demostró que no era precisamente un amigo de España. La población de la plaza sufre 72 horas de saqueos y violaciones por parte de la soldadesca ebria.

También dejó su huella cuando ordenó bombardear las manufacturas textiles en Béjar por ser competencia de las inglesas y cuando destruyó la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro de Madrid. A pesar de ese historial, Fernando VII le concedió el Ducado de Ciudad Rodrigo, la Gran Cruz de la Orden Nacional de San Fernando y el Toisón de Oro.

En cualquier caso, Wellington vuelve a derrotar a los franceses en la batalla de Arapiles, en Salamanca, y llega a Madrid en 1812. Persigue a los invasores hasta Burgos, donde dirige el asedio a la ciudad desde el pueblo de Villatoro, hoy barrio de la ciudad.

En su retirada, los franceses hacen explotar el castillo de Burgos en un violento episodio que afecta a buena parte de la catedral, borra del mapa la contigua iglesia de San Román y, por cierto, riega la ciudad de cadáveres franceses: la explosión se produjo cuando aún había numerosos soldados en la fortaleza.

Sacando ventaja de la retirada de gran parte del ejército francés para ir a la campaña rusa, Wellington tomó la ofensiva en 1813, culminando en la batalla de Vitoria, por la que fue ascendido a mariscal. Por esta hazaña, Ludwig van Beethoven compuso ‘La victoria de Wellington’.


 

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