Alberto y César Fernández
Nos encontramos ante la Gubia del Barroco, el gran imaginero Gregorio Fernández, en unas de sus mejores representaciones, de lo que para él es la muerte real y cruel. Mostrando todo su buen hacer.
Este magnífico yacente, con disposición del cuerpo en decúbito dorsal, es otro de los grandes tesoros que atesora la Catedral de Segovia; apostura clásica del modelo Fernández, imbuido de su impronta tan personal y única. Las medidas de la talla son 1,95×0,91×0,40 metros.
Jesús yace ya sin vida sobre una abrupta sábana blanca de pliegues acartonados, y solo ahí, donde el tejido recoge la piel fundiéndola en uno, es cuando se produce una pigmentación rojiza en el sudario.
Gregorio Fernández acomoda el cadáver valiéndose de un gran almohadón de fuelle que también comparte el matiz níveo, con rica estampación de dibujos florales en un intenso color negro.
La cabeza cae hacia la derecha mientras la espalda permanece recta, completamente apoyada, y solo en la cadera y en la pierna izquierda se produce ese sutil desplazamiento de acompañamiento. El largo cabello se abre esparciéndose en sinuosos mechones sobre el cojín; ¡hasta dónde llega el perfilo detalle!, ya que los pelos más delgados han sido incrustados en la propia policromía bajo unos trazos finos y minuciosos.

Este Cristo yacente es de rostro algo más alargado que otros del maestro, pero en él permanece ese profundo y marcado dolor humano. De la frente salen hilos de sangre, siendo muy llamativas las dos heridas por perforación situadas en los arcos superciliares, más aún la de la izquierda. Los ojos semicerrados se sumergen en la región orbitaria carentes de fuerza. El vital líquido rubescente pigmenta parte de la córnea derecha. La nariz afilada y la boca entreabierta muestra su alba dentadura, escapando la sangre por las comisuras. El bigote y la barba serpenteante ordenada en dos finas puntas con tonalidades cobrizas.
Cariz amoratado
Resalta el tinte lívido de cariz amoratado en todo su rostro; muy acentuado en los párpados superiores e inferiores, así como en los pómulos, las mejillas, la boca o en las aletas y punta nasal.
Nótese lo marcada que está la clavícula izquierda, quedando a la vista el corte con hemorragia que cruza por ese lado del cuello y la dramática ablación que llega hasta el hombro, clímax de ‘Camino del Calvario’.
Los brazos se dejan caer hacia delante; el diestro separado con sutileza del resto del cuerpo y la mano descansa estirada sobre el lino con la zona palmar mirando hacia abajo. El zurdo, por el contrario, sigue un sentido más paralelo al costado; aquí la mano y los dedos que se cierran siguen esa curvatura cóncava tan característica de los yacentes de Fernández. Las muñecas presentan marcas de abrasiones realizadas por un cordel.

En las extremidades superiores, las señales de los flagelos cohabitan con diversos cortes de mayor o menor importancia. Las llagas de ambas manos exhiben fuertes hemorragias que han seguido la ley de la gravedad.
El tórax se presenta ligeramente henchido, mientras el abdomen muestra un hundimiento, y aunque aquí también hay ablaciones con diversos grados de consideración junto a más marcas producidas por el látigo, es la lanzada del costado la que abruma al espectador por su singular crudeza y dramatismo. El corte alargado y profundo es una cascada en cortina, de tal cantidad y fuerza, que tras ocultarse bajo el linteus, el oscuro río rojizo emerge nuevamente para continuar su inexorable avance por la pierna.
Qué primoroso desnudo con el que nos deleita la Gubia del Barroco dejado intencionadamente al descubierto el costado, la nalga y la pierna del lado derecho.
El perizonium se apresta sobre la zona pélvica en acartonados pliegues; finalmente se recoge cayendo por la cadera izquierda y pasando por debajo del cuerpo de Jesús. Tanto por su tonalidad azulada como por su disposición, me recuerda al del magnífico yacente de Medina de Pomar.
La pierna derecha queda estirada encima del sidón. La zurda languidece sobre ella; los muslos se tocan con un suave roce.

Las extremidades inferiores evidencian una cierta relajación en cuanto a desgarros y marcas de latigazos, no obstante, en ningún momento están exentas de reflejar trágicas heridas, como se puede ver en las rodillas, donde una zona con equimosis y ablación da lugar a sendas hemorragias.
En la región anterior de la pierna izquierda, sobre la parte central, existe un desgarre horizontal con hematoma del que descienden varios hilos de sangre.
De las perforaciones en los pies emana una gran cantidad de sangre que se ha desplazado hacia los dedos en donde se discierne una gran lividez. La zona plantar se encuentra considerablemente teñida de un rojo oscuro.
Anatómicamente esta talla es de las más definidas en la iconografía de los yacentes. Los músculos y huesos se encuentran extremadamente acotados y emergen reescribiéndose bajo la epidermis mostrando el atormentado cuerpo de la obra de Gregorio Fernández.

¿Cuál es el origen de esta talla?
Siempre se ha pensado en el patrocinio del canónigo Cristóbal Bernaldo de Quirós, porque realizó la Capilla del Sepulcro, pensada para albergar este yacente, en un retablo datado de 1670, donde se pueden observar escenas de la Muerte, Descendimiento y Sepulcro. Todo el entorno está protegido por una notable reja fechada de 1668, por los talleres de los Elorza. Aunque también Agathe Scmiddunser lo cataloga entre 1650 a1675, elaborado especialmente para esta talla, y el canónigo Quirós en 1661 adquirió esta capilla, ya de forma posterior a ese trabajo.
Pero dos actas halladas en el archivo de la Catedral nos indican el origen de esta talla y cómo llegó a este lugar, siendo una donación del obispo Melchor Sandoval. La duda nos aborda porque estaba inicialmente ubicada en la parroquia de San Andrés. Pero no es solo esto. Al no hallarse un documento contractual, su autoría indiscutible a Fernández, es por atribución, como el encargo de la obra al obispo Sandoval. Los profesores Urrea y Martín González coinciden en que se puede ubicar a este. Agathe lo cataloga en el grupo de piezas de este mismo motivo, entre 1630- 1636.

«Hizo relación el señor presidente como el señor obispo Don Melchor Moscos Sandoval nuestro Prelado continuando los dones que cada dia hace a esta su iglesia, le ha hecho ahora gracia el crucifixo del bulto en el Sepulcro demotisimo. Cuya davida estimando el cablido en nombre de la Iglesia como es razon arcodo setraiga enprocesion desde la iglesia de San Andrés y se coloque en esta Iglesia en la parte que sea mas propia y conbeniente para cuya disposicion dio comisionados Ses Don Tomas de Llano frabiquero mayor y Don Bartolome de Alcarzas maestro de ceremonias y juntamente de las gracias a su Ilustrisima». [Actas Capitulares. Cabildo Ordinaro Sábado 8 de Marzo de 1631. Firma como Secretario Sebastián Robledo.]
«Ydem bolvio el cablido adar comision addecidendum alos comisaríos monbrados para colocar el Sº crucifixo del bulto en el Sepulcro queda el Obisp, en la forma y capilla que les parecieren comveniese haciendolo todo lo que sea nesesarío.» [Actas Capitulares. Cabildo Ordinario Martes 11 de Marzo de 1631. Firma como Secretario Sebastián Robledo.]
En procesión
Esta escultura participa en todas las Semanas Santas desde 1979, pero ya años antes la utilizaba la organización Acción Católica. Ahora es acompañado por la Feligresía de la Parroquia de San Andrés. Le van acompañado con unas capuchas y túnicas negras atadas por un cíngulo blanco, y el acompañamiento de una banda de tambores destemplados. Interviene en una carroza que le llevan bajo palio, toda ella en color negro tiniebla.
Su salida en carrera oficial se produce los Viernes Santos en la denominada Procesión de los Pasos, siendo este ‘Camino al Sepulcro’ ocupando el decimotercero. Realizando la misma salida desde la Santísima Iglesia Catedral, tomando las calles de Plaza Mayor, Cronista Lecea, Plaza de la Rubia, Serafín, San Facundo, San Agustín y San Juan, donde se finaliza en la plaza de la Artillería, al lado del Acueducto. Todo terminado regresa de nuevo a la Catedral.
En el año 2003 se le somete una restauración dejando una policromía irregular en apariencia, volviendo a restaura la talla otra vez en 2007, bajo la dirección de Cristina Gómez González, aplicando pegamento de piel de conejo con color, porque se estaba levantando la capa pictórica y se aprovechó para que la conservadora Paloma Sánchez Gómez, la limpiara de polvo y la consolidara.
Como se puede observar se ha recurrido a esta imagen en numerosas exposiciones. En España ha sido expuesta en dos ocasiones en Las Edades del Hombre: El Árbol de la Vida celebrada en Segovia, el año 2003, y en Arévalo el año 2013 bajo el título de Credo. En 2011, fue una de las obras que formaban el Vía Crucis de la JMJ de Madrid, presidido por Benedicto XVI. Noviembre de 2016 a Abril 2017, fue expuesta en Munich (Alemania) en la muestra sobre arte español denominada ‘Spain’s Golden Age. The Age of Velázquez in painting and sculpture’ en el Kunsthalle München.