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Los ‘Relatos peregrinos’ de José González Torices: El albergue del Santo Santiago

José González Torices es un escritor nacido en Quintanilla del Olmo, Zamora, aunque reside en Valladolid. Dramaturgo, poeta, editor y director de colecciones literarias, es autor de abundante obra publicada, premiada y representada. Con este texto inicia una serie de colaboraciones con ‘Más Castilla y León’, con el Camino de Santiago como columna vertebral. Son los ‘Relatos peregrinos’
José González Torices, escritor
José González Torices, escritor

A Roque Seisón Barajas lo desenjaularon a las callejas del existir en un pueblo trigueño de Zamora que ahora no vengo a recordar. Le pusieron el reloj de las carnes en funcionamiento, con poco engrase y sin cocer ni ‘arrosiar’, breves años después de la última guerra nacional. Así que estiraron sus huesos en el carnaval del hambre, al lado de la leche en polvo, el queso amarillento y a un puñado esmirriado de letras en la escuela de don Alfonso Cipriano Cornejo, rojillo de pensar oculto.

Le calaron al chiquillo la camisa azul y le empujaron, siendo él de bastantes estornudos, a cantar el Cara al Sol. Gracias a este himno patrio, fue apagando el hambre en los campamentos de la OJE. Lo que sí recordarían sus días fue aquella tarde de fiesta quinquillera en la plaza de Las Niñas, cuando Bernardo el ‘Tabla’, hacedor de ataúdes, le dijo al chaval, ahogando sus vocablos con el humo del cigarro Celtas:

-Cuando se mata el marrano y se muere la abuela no se va a la escuela, danzante.

Eso le morreó, sonajero de risas, el carpintero Bernardo el ‘Tabla’; el mismo ser que adecentara con tablas y una cruz de madera, sin crucificar el Cristo, la caja para la muerte centenaria de la abuela Jovita. Era la misma yaya que le regalaba al nieto los sesos del cerdo al poco de chamuscar el mondongo. Sí, los sesos del puerco de la pocilga, al que le pusieron por todo nombre Antón, recuerdo del santo patrón de los animales. Porque –según la voz curandera de la anciana- “aquel que saboreara los sesos del gocho, jamás mentiría en su vida”. Era creencia. ¡Mentir en su vida! Por lo que puede ver la mirada, a muchos les agoniza su cuerpo sin haber degustado la botica de la verdad. ¡Ay, madrica!

Poco más sabía la curiosidad ajena sobre Roque Seisón Barajas. Se había borrado la huella de su zancada. Se ignoraba dónde dormitaba su sueño, si estaba casado, era monje o agitador de voluntades al servicio de algún partido político. ¡Qué sé yo! Incluso habían asegurado las palabras malolientes que sus cinco sentidos se habían dedicado a negociar con rarezas espirituales, como eran las reliquias supuestamente salvadoras de los 14 Santos Auxiliadores contra todo mal.

Por lo que se dijo, ofrecía estampitas por las aldeas y ciudades a poco precio. Redoblaban los acentos de pies a cigüeña –al parlar de Seisón Barajas- que “bien rezadas, las estampitas” eran como aves rapaces que se llevaban los males físicos de los cuerpos débiles, como había ocurrido tiempos atrás contra la Peste negra, la viruela (virus vaiola), la Gripe española, la malaria (que se propagaba por el mal aire) o, en estos barbechos de hoy, el propio coronavirus que tanto roía las carnes de la mente.

Pero el que realmente vino a saber con certeza de la vida y gozos del tal Roque Seisón Barajas fue don Nicomedes Musgo Ojocaliente, mojigato y de palabra poco fiel; el señorito que salpica los campos con sus dos perros perdigueros, Nico y Medes, en busca de la liebre roja, que decía. Pues Musgo vino a desplomar el habla en los oídos y dijo: “Han descubierto mis ojos a Roque Seisón Barajas, natural de este pueblo que no cito. Lo encontré en el Albergue del Santo Apóstol Santiago, en el linde del Camino hacía Compostela.

Sus años ya tienen barba blanquecina y, por el decir de los peregrinos, su corazón olía a bondades perfumadas. Hasta él, se acercan los andarines en busca de reposo espiritual para aliviar los runrunes de las carnes tullidas. Él, al decir, desatasca todos los dolores humanos y divinos. Es un alma de Dios. Y todo se debe a las estampitas de los 14 Santos Auxiliadores, que son excelsos protectores contra toda enfermedad y pandemia.

A mí, me donó la postal de san Roque, el del perro providencial y la vacuna contra la peste. Recé la oración, saboreé las sopas de ajo que me sirvió Seisón Barajas y, con el entusiasmo en los pies y el ánimo en el alma, bailoteó mi zancada toda alegre hasta Santiago de Compostela, donde besé la espalda del santo y acarreé en mi mochila la Compostela, rubricada por el arzobispo mismo. Roque Seisón Barajas es un alma del cielo, al que no le dejan de visitar los peregrinos en busca de sus remedios, pues es considerado como “el boticario del Apóstol Santiago”.


Imagen: Los 14 Santos Auxiliadores con sus atributos. Autor, Immanuel Giel

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